Un anillo dorado, liso, brillante, como recién comprado, venía rodando por el suelo del vagón junto al resto de los pocos pasajeros, destino al satélite Marcus VI, el último día del periodo lustral, algo muy celebrado en todas partes.
-señora, señora, ¿este anillo es suyo?- le dijo Santus, un obrero-ingeniero, como tantos de los que eran necesarios para mantener los satélites a punto. Nadie le contestó.
-señora, perdone, oiga, ¿esto es suyo?- insistió Santus mostrándole el anillo que acababa de coger del suelo.
- Uy, ¿es a mí? Perdone hombre, es que estoy con la cabeza en otro sitio. Dígame- contesto Terexia, con mirada desenfocada.
- Le decía, que si es suyo el anillo, es que estaba en el suelo y como no hay más mujer con aspecto de terráquea por aquí, a estas horas, un día como hoy...me pensé que era suyo. Sé que aún guardan la costumbre de intercambiarse anillos antes de la reproducción continuada con un mismo ejemplar.
- Sí, sí, soy de la Tierra. Claro, como todos en realidad. No hay vida en ningún otro planeta, excepto de plantas, plancton y algún insecto extraño, ya se sabe, humanos ni uno- Terexia se dirigió hacia un asiento, tenía ojeras y hablaba tan hastiada como si acabase de venir de una guerra.
- Ya, ya, pero cada vez somos más los que hemos nacido en los propios satélites, yo me siento más de aquí que de allí. Es como ser de una isla y saber que pertenece a un continente, en el fondo eres de isla, ¿sabe?- Santus tomó asiento junto a Terexia.
- Ya, le entiendo, es que hoy estoy un poco despistada, ya no sé ni lo que digo- aclaró ella con rostro de venir ya solo de un mal día.
- No se preocupe, ya me parecía que le pasaba algo. Estos días no acaban de ser buenos para nadie, demasiados recuerdos- una media sonrisa llena de comprensión explicó esta frase.
- No me hable de usted por favor, no hace falta. Ya sé que es costumbre hasta tener ficha común en el archivo general, pero hoy está todo perdonado, ¿no le parece?- Terexia comenzó a sonreír...un poco.
-Pues si me dices tu nombre ya lo tendremos todo, yo soy Santus.
- Yo Terexia, encantada.
-Igualmente- Santus se acercó a ella para cruzar sus placas identificativas en señal de saludo amistoso.
-¿Y qué haces a estas horas, el último día del lustro, en pleno viaje?-preguntó ella por hablar de algo.
-Bueno, eso mismo podría preguntar yo, ¿no?- una media sonrisa irónica, pero siempre amable se escapó con la frase, que sonrojó e hizo retroceder un poco a la escaldada Terexia- No, no, es broma, por supuesto. Acabo de terminar un curso en la Tierra, sobre nuevas tecnologías aeronáuticas, reciclaje, y tal, lo normal.
- Lo normal para algunos, a mí hace años que no me dan un curso. Soy de empresa privada, de ese veinte % que aún no pertenece a las empresas del Gobierno, por desgracia- pasando de la tristeza al fastidio continuó- ¡estoy harta de todo!
-Bueno, tranquila, ¿quiere un chicle de cactus? Tengo varios sabores-Santus ya no sabía cómo agradar, miraba las proporciones de su compañera de asiento, mientras se dejaba guiar a la vez por algo muy mal visto ya, como era la intuición. -“Solo lo medible es fiable, ya lo sabe todo el mundo, haz caso a tu madre Santus, pues no, a mí me gusta jugármela, no tengo remedio”-pensaba mientras mantenía esta conversación.
- Si es que no puedo más, de verdad-.
-Vale, vale, sácalo de ahí que te está sobrando Terexia- la dijo guiñándole un ojo –adelante, seguro que mis problemas son mayores- ahora valoraba su edad, alguna señal de descendencia y la calidad de la vestimenta – no llores mujer, pero bueno, pues sí que estamos bien-
-Si...Si...si es que esto es una mierda, joder- Terexia apretaba los puños, llena de rabia.--Pero ¿qué pasa? ¿qué es una mierda?- él empezaba a atacarse por la falta de información.
-Los tíos, eso es lo que es una mierda, ¿vale? Los puñeteros tíos-dijo exaltada hasta la médula, llenando su cara de humedades varias que limpiaba con el puño de su traje.
-Mira, vamos a hacer una cosa, tengo reservada una cabina en el vehículo, nos vamos allí o acabará viniendo la militancia intraestelar, ¿hace? –ofreció Santus pensando que le estaba poniendo en un pequeño aprieto aquél numerito, pero que, a pesar de todo, aquella terráquea de pura cepa tenía algo especial.
-De acuerdo, vale, perdona ¿sí?, perdona es que estoy tocada por un gilipene que me ha dado por saco justo hoy-las lágrimas empezaron a escaparse otra vez, al recordar- ya está, ya está-intentando contenerse- eso era todo, necesitaba decirlo y lo he dicho- Santus la miraba, la abrazaba y la dirigía a su habitáculo de alquiler ya prácticamente al lado, totalmente callado. – Ese hijo de Venus, ¡será conquistador!- sacó un lavador instantáneo que se pasó por la cara, dejándola inmaculada- solsticio y medio preparándolo todo, haciendo planes, papeles para la continuidad gestacional, todo, y resulta que no era válido, no era válido-Terexia empezaba a hablar de nuevo demasiado alto.
-Pasa, por favor, ya hemos llegado-le indicó Santus. -Siéntate, te voy a hacer una infusión de flores de invernadero que siempre llevo encima.
-Gracias, gracias, ya estoy bien. Es solo eso, que me engañó y justo hoy que ya íbamos a pasar la firma digital coincidiendo con el cambio de lustro...era un ejemplar ilegal, mierda de tíos- el agotamiento la fue venciendo y la infusión también.
-Si te sirve de algo, acuérdate de que en los satélites no nos dejan tener relaciones estables, sólo esporádicas, con lo cual o cambio de oficio o no podré tener hijos conocidos- a Santus le pareció la frase más adecuada y también cierta. Era un solterón y no precisamente de oro, debía tener unos diez hijos a los que no conocía y llevaba tiempo queriendo sentar cabeza. Esta podía ser una oportunidad para asentarse en la Tierra por fin.
-Vaya, lo siento- Terexia empezó a echar cuentas de las medidas de Santus, fundamentales para la reproducción continuada con seguridad, -“cuando se cierra una puerta se abre una ventana”- pensó - creo que debemos pasar al alcohol, ¡vaya dos!- le dijo a Santus volviendo a sonreír.
-Estoy de acuerdo. Por cierto, el anillo era tuyo, ¿no?- dijo Santus con una enorme sonrisa a juego- ¿te lo pruebas?- sólo una vez había sugerido algo así a una mujer, esto era totalmente ilegal, ni siquiera estaban comúnmente registrados.
-Pruébamelo tú- era una respuesta de película antigua, aquello estaba muy mal, pero ese hombre la llevaba cuidando desde que le había conocido y necesitaba desahogarse, además, la gustaba de veras. Los dos empezaron a reír con picardía.
En el momento en que Santus sostenía el dedo de Terexia para ponerle el anillo, llenos los dos de esperanza y posibilidades, se abrió de un brusco golpe la puerta del habitáculo.
-¡Alto policía, quedan detenidos por utilización indebida de la socialización y por poner en peligro el orden global. Teniente, coja pruebas de este enamoramiento ilegal!- Ambos se sintieron sobrecogidos. Aún así, sus miradas no dejaban de sonreír. Hay cosas que no tienen precio y dejarse llevar por la emoción, hoy por hoy, era una de ellas.
Santus salió el primero del habitáculo, con la cabeza baja, dejó caer el anillo en el suelo, que salió rodando por el vagón, dorado, liso, brillante, como recién comprado.
ALTEA GALVEZ