martes, 9 de diciembre de 2008

TRAS LA APOLOGÍA DE SÓCRATES

A veces pienso en la muerte, así, por pensar. Me parece un instrumento totalmente necesario para la vida. Nada tendría sentido sin ella, nada el mismo sabor. Ni siquiera un pedazo de tarta sería tan sabroso si me pudiese tomar uno cada día, más allá de los próximos cuarenta años.

La muerte más digna sobre la que he leído es la de Sócrates. ¡Qué hombre tan entero! Su Apología, recogida en los "Diálogos" de Platón, me ha dejado completamente impactada, dada la capacidad del tal Sócrates para defender sus creencias. Ante el Senado de Atenas, culpado de hacer mal a los jóvenes con su discurso, tuvo el arrojo de preferir la muerte a desdecirse.
De ahí surgió la idea, algo extraña, de querer saber qué pensaría Sócrates desde que supo -o eligió- que iba a morir, hasta que lo hizo. Más aún cuando era él mismo el que tenía que tomarse la cicuta que apagaría la luz para siempre. Y sólo se me ocurrió un modo de saber qué pasó por su mente. No, tranquilos, no voy a morir así, por las buenas. Sería entonces lo último que llegaría a descubrir, y mis preguntas son aún demasiadas. Lo que sí me pareció factible fue imaginarlo, intentar sentirme Sócrates; escribirlo, al fin y al cabo.

Creo que saldría Sócrates de la blanca y dorada sala principal del Senado ateniense, después de haber tomado la más dura decisión lleno de arrojo y convicción, y de haberla defendido públicamente, cabizbajo no, al menos en apariencia. Su rostro sería solemne, al menos en apariencia. Su templanza constatable, su mirada alta, su paso firme; al menos en apariencia. Iría pensando en sus dos hijos, en las palabras que ya no podría volver a pronunciar, o en lo bien que había pronunciado las últimas. Seguro que siguió siendo muy fuerte al contestar todas las preguntas de sus contertulios habituales..., incluso estaría sereno al despedirse de los suyos, para siempre.

Pero, una vez que cruzara el umbral de su hogar -ya fuera este su casa, su escritorio o su conciencia-, algo caería en su interior. Todos somos humanos, digo yo, por más convencido que esté uno de que ha hecho lo correcto, al preferir morir que ser desterrado, o desdecirse. Así pues, Sócrates se sentó en la mesa de madera labrada en la que solía trabajar su interior, y pensó:
“¿Habré hecho bien? Estoy seguro de que lo que enseño es correcto y nadie puede verse mal afectado por ello, pero… En cualquier caso, ya está hecho. Es como si acabase de terminar un libro que me ha llevado toda la vida -bonita alegoría-. He puesto en él lo mejor que he encontrado, hasta las faldas de mi madre están, hasta la lágrima que ahora recojo en la mano. Sólo hay un modo de morir, y es estando seguro de que has tomado las decisiones adecuadas… ¿He tomado la decisión adecuada?

Mis hijos crecerán. Todos lo hacemos. Uno aprende solo. Nadie está solo. Pasan cosas y cosas alrededor que nos enseñan. Un día llevas toga y al siguiente harapos, o al revés. Y que no falte ninguno de los dos pasos, que ir adelante y atrás muestra dos verdades necesarias. Crecerán...Voy a dejar todo como está. Si ordeno que se guarde, igual se tira por capricho de loco, o por no recordar tristezas. Si pido que se tire, entonces, por pena, por recordar tristezas, lo guardarán. Incluso este espejo esmaltado en el que cada mañana me miro, lo dejaré donde está. Aún puedo hacerlo una vez más. Lo importante es mantenerse a uno mismo la vista en el espejo. No es sencillo. Todo lo que ronda manchando la cabeza y la dignidad pesa en el cuello, al levantar la mirada.

Escribiré al menos unas letras antes de... no, no seas pretencioso Sócrates. Muere contigo, no hacia los demás. Dite que lo has hecho bien, dilo desde dentro, y no digas más.

¡Qué bonita es esa mujer que se acerca!, la mía. Está bella como nunca. ¿Habré hecho lo correcto? No te sientes hoy a mi lado o te echaré de menos mañana. Mejor deja pasar las horas como si fueran otras, unas cualquiera. ¿Cómo puede ser que hoy seas brillante como el primer día, que me parezca terciopelo tu arruga de madre? Me va a doler olvidar esta imagen, con dolor sereno que uno lleva sin más, dolor dulce de vela agotada. Vuelve a tus cosas, mujer, no me mires así. Llevarás esto bien. Xantipa, siempre presente para moderar mi temple, ya no te inquietaré más. ¡Vaya!
Los que se dedican a esto me han dicho que en la bañera el efecto de la cicuta es más ligero. Nada me aportaría ahora sufrir más que lo justo. Qué poco sabio es creer saber que la vida es mejor que la muerte. En realidad, nadie ha estado allí para volver; temerla es ser un necio. Nadie sabe quién lleva mejor suerte, si los que se quedan o yo que me voy.

El agua está templada.”

2 comentarios:

ABRAXAS CADIZ dijo...

Deliciosa tu visión e interpretación de la muerte de Sócrates.
Creo que este hombre, ejemplo para todo ser humano, lo dio también con su decisión de morir antes que vivir en la indignidad.
Antes que negar su vida prefirió su muerte. ¿Hay mejor ejemplo de convicción?
Escribiste:

"Lo importante es mantenerse a uno mismo la vista en el espejo. No es sencillo. Todo lo que ronda manchando la cabeza y la dignidad pesa en el cuello, al levantar la mirada."

Tu pluma ha sabido describir con la mayor exactitud a un hombre, no solo sabio, sino íntegro.

¿Qué más puedo decir que lo que tu has dicho y lo que dijo Platón?

Solo nos queda recoger el ejemplo...

Altea Gálvez dijo...

Bravo compañero. Siempre has sabido leer más allá de las palabras. Qué gusto tenerte cerca!!

A mí me impresionó mucho el gesto de Sócrates. Me parece altamente loable y un gran ejemplo, como tú dices. Así se vive, así se muere, sí señor.

Un abrazo